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San Isidoro: el corazón de un reino

León, junio de 2008
En el el ángulo noroeste de las murallas de la Legio VII romana se halla en voluminoso el edificio de San Isidoro, que integró en la Edad Media el Palacio Real, la Capilla Palatina, el Panteón Real y las dependencias de un monasterio sumamente poderoso. Hoy es un conglomerado artístico en el que hay desde un excelente románico, a construcciones góticas, renacentistas y de tiempos posteriores, básicamente de los siglos XVII y XVIII.

La iglesia basilical es románica, con añadidos góticos y restos del templo anterior, de factura similar a los erigidos por la monarquía asturiana, y reminiscencias islámicas. El templo propiamente dicho es de cruz latina, con tres ábsides semicirculares. El central fue sustituido por un gótico, desmesurado, que elimina la armonía del conjunto. Es una obra de Juan de Badajoz, de inicios del siglo XVI.

En el exterior destacan las dos portadas del sur: la del Cordero y la del Perdón (utilizada por los peregrinos). Fuera de planta, ubicada sobre las murallas medievales, se eleva la torre del Gallo, a la par robusta y airosa, que se yergue sobre un cubo de las murallas romanas.

Hasta ahora, lo más famoso del complejo de San Isidoro era el Panteón Real, llamado la Capilla Sixtina del Románico, por sus excepcionales pinturas, en tanto que la fama de la iglesia quedaba relegada salvo para los conocedores del arte y la arquitectura. La oscuridad y las humedades de la misma no permitían al gran público admirar plenamente la obra.

Las obras que están finalizando, llevadas a cabo por la empresa Decolesa, han quitado la suciedad y el hollín depositado en esa paredes casi milenarias, que habían adquirido un tono negruzco. Y aparece la luz, en una nave hermosa que recuerda modelos franceses.

Tras una inversión de 303.000 Euros, a cargo de la Dirección del Patrimonio de la Junta de Castilla y León, dedicados a la limpieza de muros y paramentos, queda al aire una nueva iglesia, escondida bajo la suciedad y el humo, un nuevo edificio en el que se perciben las huellas de la historia, una iglesia que parece ahora incluso de mayor tamaño, según comenta Carlos Rodríguez, directivo de la empresa que lleva a cabo las tareas, y que ya ha participado en otras fases de recuperación del edificio.

Bajo la negrura, aparecen ahora elementos como una columna de mármol verdoso y restos de época romana. Tambien se percibe netamente la huella de restauraciones que han permitido mantener el edificio en pié, después de que los franceses lo ocupasen durante la guerra de la Independencia.

Los franceses convirtieron el conjunto isidoriano en cuartel y almacenaban en la basílica heno y paja para los animales. Un incendio, tal vez producido por un rayo, provocó en 1811 la combustión del monumento.

Los materiales almacenados, el suelo de tabla, los altares y objetos litúrgicos debieron crear una temperatura altísima que dañó seriamente toda la estructura. En el transepto aún quedan muchas piedras rojizas que, a decir de Ramón Cañas, uno de los arquitectos conservadores, denotan que el templo se convirtió en un auténtico horno, en el que desapareció todo, y en el que la propia piedra se coció y cambió de color.

Muchas de esas piedras fueron sustituidas en anteriores intervenciones, principalmente en las de Juan Crisóstomo Torbado, y otras aún están ahora en un proceso de descomposición y desconchamiento que estamos remediando, según dice el arquitecto.

Junto a la luminosidad, la iglesia gana aparentemente en amplitud. Reaparecen nítidamente las señas de los canteros y de los restauradores y se aprecian con más definición las distintas etapas constructivas, desde su época de Capilla Palatina a la actualidad.

Las nervaduras de la parte delantera del templo aparecen en todo su esplendor, como una red complicada que contrasta con la austera bóveda de cañón de la nave, en la que se perciben los tirantes metálicos que puso antaño el arquitenco Menendez Pidal para detener las fuerzas que iban inclinando las columnas: los eternos problemas del románico.

Pero la recuperación de gran complejo de San Isidoro no para aquí, sino que está avanzando desde hace tiempo, merced al apoyo de fondos europeos, la Junta de Castilla y León y la activa participación del Cabildo, según expresa el propio abad de San Isidoro, Francisco Rodríguez Llamazares.

Ya en 1994 se empezaron a cambiar las cubiertas del edificio; hacia 1999 se hicieron intervenciones en el Presbiterio, la Biblioteca y la Escalera Prioral; también se inició entonces la remoción del ala oeste.

La torre del Gallo, que se yergue separada del la Iglesia y las dependencias reales, se reparó en dos fases, del 2000 al 2003. En el transcurso de la primera se recuperó para la historia y el arte un preciado elemento que estaba a la vista de todos, pero al que no se le daba importancia: el gallo de la cima.

El gallo es pieza de factura oriental, tal vez persa, que debió llegar a León cuando ésta ciudad era centro político de la España cristiana, bien como regalo de alguna embajada árabe o como resultado de pillaje o guerra.

Los análisis polínicos revelan que la pieza estuvo antes en oriente. Su datación aún es incierta, pero se da por seguro que es una obra antiquísima.

Los trabajos de recuperación llevados a cabo en la casa de Espiritualidad, la de los Canónigos, los claustros, etc. han continuado avanzando. Tras la recuperación del espacio interior de la iglesia se abre ahora un nuevo objetivo; la fachada sur y las salas museíticas, entre ellas el Panteón Real. Son tareas para finalizar el proyecto global y para las que se cuenta con el apoyo de Caja Madrid, según el abad.

El museo de San Isidoro es muy importante. Tiene un numero de piezas no muy elevado, pero son joyas del medioevo, especialmente del siglo XI. Es más visitado incluso que el de la Catedral de León. En él se hallan las pinturas románicas, el cáliz de Doña Urraca, el Arca de los marfiles, la magnífica arqueta de San Isidoro, etc. Pero necesita diversas reordenaciones.

Si en 1963, cuando abrió, lo visitaron 9.000 personas, ahora superan habitualmente las 100.000 al año, con una elevada proporción de extranjeros. El mes más denso de visitantes es agosto, con más de 20.000, los más tranquilos enero, febrero y diciembre.

En él, hay que detenerse en las diversas joyas, pero,sobre todo en el Panteón Real, donde es interesante la colección de capiteles, pero sobre todo las pinturas de muros y bóvedas, con detalles del Apocalipsis y del Nuevo Testamento, así como temas agrarios y geométricos. Es el mejor conjunto de pinturas murales de la época.

Allí, veintitrés reyes o reinas, doce infantes y nueve condes recibieron sepultura; un lugar recoleto, sobrio y bello, donde la historia se ha detenido.

El conjunto isidoriano, tras trece años de restauraciones, ha cambiado ya su faz y muestra su sorprendente riqueza histórica y artística. Pero, sobre todo, está ganando en atractivo para el visitante.

El complejo, ordenado en torno a cuatro patios, y con una huerta en la parte posterior, es un compendio de historia y arte... un ámbito que suscita la emoción del viajero sensible. “San Isidoro tiene algo especial; tal vez porque es el corazón del reino de León en el medievo”, según argumenta el abad Rodríguez Llamazares.

Tomás Alvarez

interior de la iglesia de San Isidoro, en el tramo final de los trabajos de mejora. El templo ha ganado en belleza y luminosidad.

interior de la iglesia de San Isidoro, en el tramo final de los trabajos de mejora. El templo ha ganado en belleza y luminosidad.

interior de la iglesia de San Isidoro, en el tramo final de los trabajos de mejora. El templo ha ganado en belleza y luminosidad.

interior de la iglesia de San Isidoro, en el tramo final de los trabajos de mejora. El templo ha ganado en belleza y luminosidad.

interior de la iglesia de San Isidoro, en el tramo final de los trabajos de mejora. El templo ha ganado en belleza y luminosidad.

interior de la iglesia de San Isidoro, en el tramo final de los trabajos de mejora. El templo ha ganado en belleza y luminosidad.

interior de la iglesia de San Isidoro, en el tramo final de los trabajos de mejora. El templo ha ganado en belleza y luminosidad.

interior de la iglesia de San Isidoro, en el tramo final de los trabajos de mejora. El templo ha ganado en belleza y luminosidad.

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