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Cuentaviajes: México o el ombligo de la luna

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Una visión sobre México, con texto y fotografías de Manuel Cuenya, joven escritor español quien se autodefine como “Forjador de palabras, viajero en busca de emociones y nómada tras esencias”.

Enganchado a sus tuétanos Tan lejos de Dios y tan cerca de los E... Ciudad de los ombligos Texcoco, Chalco y Xochimilco Biodiverso Entre fiestas y velorios

Una visión sobre México, con texto y fotografías de Manuel Cuenya, joven escritor español quien se autodefine como “Forjador de palabras, viajero en busca de emociones y nómada tras esencias”. Las fotografías son también del mismo autor.

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Una visión sobre México, con texto y fotografías de Manuel Cuenya, joven escritor español quien se autodefine como “Forjador de palabras, viajero en busca de emociones y nómada tras esencias”.

Enganchado a sus tuétanos

México, ese país que tantos y tan suculentos recuerdos me trae. Es como si siguiera enganchado a sus tuétanos…

Imposible desprenderme de sus paisajes y paisanajes. De su forma de ser y estar. De todo aquello que viviera en una época gobernada por un jijo de la trompada. Y por toda esa bola de pendejos que le hacen la corte a sus mandatarios. Corrupción al por mayor. Mordida al canto.

No nací en México, pero viví en este país de contrastes a toda madre. El deseo rozándose con el Tánatos. La muerte exhibida. Los ataúdes en las aceras de Chalco. El culto a la pelona en Tepito y en Mixquic. País tragicómico al que le va la farra a todas margaritas. Como arañas panteoneras subidos a las bardas de lo insólito. País surrealista, adonde todo es posible, y al cual fueron a parar Breton, Artaud (en busca de una energía especial, que acabaría encontrando en los Tarahumara), Buñuel (que hizo, además de Los olvidados, algunas de su mejores películas: El ángel exterminador, Nazarín, Simón del desierto, entre otras).

Se vive de un modo más intenso en México, durante una breve estancia, que cien años de soledad en el Bierzo. Al menos para un gachupín ávido de sensaciones, capaz de sumergirse en los cenotes sagrados de la hiperrealidad. Aunque decir esto así parezca una salida de tono, quizá no sea una ocurrencia de última hora, sino algo que viví. Vivir, siempre hacia adelante, mirando hacia atrás, es inevitable. No obstante, cuando uno encuentra la temperatura afectiva adecuada en su tierra, entonces, ay, la vida puede tornarse amorosa y agradabilísima.

Taxco. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Taxco. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Gringos

Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Gringos… Algo así dicen que largó Porfirio Díaz. ¿Quién se acuerda de este cuate?

México, separado nomás por Río Bravo/Río Grande (depende de quién lo observe y lo nombre): un auténtico paso infernal para espaldas mojadas, y aun para otros. Una brecha bestial, una herida sangrante (léase merito Gringo Viejo, de Fuentes), que divide a unos y otros. “El otro lado” extraño y a la vez soñado: USA. La sombra de un gigante que cubre y apantalla a todo un continente.

México, país lindo y querido, acaso chido y chingado. Me mola un chingo. ¿Qué más se puede pedir... y dar? México es para que te vaya mal (si eres un olvidado) o bien (si formas parte de la fresería andante). En la región más transparente, como dijera Alfonso Reyes, y después Carlos Fuentes en aquella novela memorable.

Para entender el México contemporáneo habría que regresar a la historia de Nueva España, que está marcada por el fracaso de sus guerras de Independencia. En el fondo, este país nunca ha logrado instaurar una democracia que ofrezca soluciones reales a sus inmensos problemas, entre ellos la desigualdad brutal entre ricos y pobres, el narcotráfico, la violencia a punta de pistola, la inseguridad ciudadana, sobre todo en el Distrito Federal, Tijuana, Ciudad Juárez… porque su historia –por desgracia- está infestada de caudillos, canónigos quema-herejes e izquierdosos con vocación de carceleros. En la actualidad, proliferan los sicarios y bandas organizadas que te pueden calzar en menos que roedor se trinca a una camada de conejitas.

Los presidentes mexicanos han sido dictadores constitucionales, y su poder se revela casi absoluto. México no se entiende si se omite al PRI, el partido político que detenta todo el poder, ese bien tan preciado en este país.

Mexiquito... acá se puede vivir mucho mejor que en Europa... en México todo es posible... hasta se pueden comprar títulos... No me diga, señor lisensiado... ay, licenciado... no me cotorree, güey... que le digo que sí... pues vaya... En México, como en el resto del orbe, el que tranza, avanza.

Torre Latinoamericana, en México D.F. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Torre Latinoamericana, en México D.F. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Ciudad de los ombligos

La Ciudad de México se abre como un mar de luces en la noche oscura de las almas... purgadas.

Aterrizar en Benito Juárez es todo un orgasmo visual. A uno le entran como espasmos cuando el avión está sobrevolando la inmensidad de esta urbe y, de repente, parece que fuera a estrellarse contra las azoteas de las casas. El aeropuerto está engullido literalmente por este monstruo de dimensiones colosales, la que fuera metrópoli de los aztecas, Tenochtitlán, la capital del imperio colonial de la Nueva España, situada en el valle de Anáhuac, a unos 2.200 metros sobre el nivel del mar, lo que a un turista, poco o nada habituado a las altiplanicies, le acaba produciendo mal de altura.

Tan rica y sabrosona para algunos y tan mísera para muchos, que esnifan pegamento para combatir la amargura, hacinados en chabolas, a orillas de la gran urbe, surcada de norte a sur por la impresionante Avenida Insurgentes… Todo está hecho a lo grande en esta metrópoli, construida sobre zona lacustre y en tierra sísmica. Hundiéndose cada día. Siempre temblando como un álamo en medio de una contaminación atroz, sobre todo en meses de primavera, cuando el smog se queda clavado del cielo, como un puñal asesino. Resulta curioso que en la actualidad escasee el agua en la “ciudad de los palacios”, asentada sobre el que fuera el extenso lago de Texcoco, y aun rodeada por el ya desaparecido lago de Chalco (donde uno impartiera docencia, y el autor de El Guzmán de Alfarache pasara sus últimos días de existencia). De aquel enorme lago se sigue conservando, vivaz y colorido, Xochimilco.

Desde el cerro del Tepeyac, donde está la milagrera basílica de Lupita, se atisba un horizonte de nieblas y neblinas. Ensabanado cielo grisáceo, tirando a negruzco. Así se revela esta megalópolis, una de las más grandes del mundo, acaso la más grande, si dejamos de lado Tokio. “La virgen de Guadalupe es –según Octavio Paz- uno de los pocos mitos vivos de México”.

Ciudad de México, el distrito defequense, no deja indiferente a naide/naides. Es un monstruo, con sus hedores, “una ciudad que huele mal”, dijo el inglesito Ashey en uno de sus programas de Ciudades del Pecado, y hermosa en el bosque de Chapultepec y en Xochimilco, con sus floridas trajineras, o bien en barrios como Coyoacán, donde se halla la casa-museo de Frida Kahlo y un monumento dedicado a los coyotes, que dan nombre a esta colonia.

México, D.F., considerado por unos como el ombligo de la luna, qué guay, y por otros como el ombligo del maguey; la Venecia indígena, espejismo y ensueño, que tanto impresionara en tiempos a los españoles. Así nos lo cuenta Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

Xochimilco. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Xochimilco. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Texcoco, Chalco y Xochimilco

Ciudad de los tres ombligos, ciudad del hedor torcido, ciudad del tianguis.

Ciudad de los ombligos en referencia a sus antiguos lagos: Texcoco (Tetzcoco), Chalco y Xochimilco. O bien El lugar del ombligo de la luna en referencia a Mēxihco, voz náhuatl formada por Metl (luna); xictli (ombligo) y co (lugar). Me entusiasman estas definiciones, harto líricas, cuyo nombre oficial sería Estados Unidos Mexicanos, cual si fueran Estados Unidos Norteamericanos (con sobresalientes diferencias entre unos y otros, quede clarín clarete).

Al igual que USA, también México es un rebaño de Estados Unidos de Norteamérica. Tanto es así que, en su día, se extendía por Texas, Arizona, Nuevo México, California, incluso Utah, Nevada y aun partes de Colorado y Wyoming. Ese era antaño Mexiquito: grande y lindo.

¡Qué maravilla! Aun así, reducido en extensión y belleza, a resultas de pésimas gestiones gubernamentales, este país conserva más de una treintena de lugares de interés cultural y natural, considerados algunos como Patrimonio de la Humanidad: Teotihuacán, Chichén Itzá, Palenque, el centro histórico de Oaxaca y Monte Albán, Puebla, Guanajuato (sede del Festival Cervantino), Zacatecas o el centro histórico de la Ciudad de México y Xochimilco, entre otros.

Palenque. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Palenque. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Biodiverso

Espectacular la Barranca del Cobre, en la Sierra Tarahumara. Nunca olvidaré aquel viaje en tren desde Chihuahua hasta Los Mochis, haciendo parada en este Colorado mexicano.

Siempre recordaré a aquel viejecito sombrerudo que, luego de chuparse medio frasco de alcohol de 90º, orinó en el suelo del tren.

México cuenta con una biodiversidad impresionante en cuanto a flora, fauna, reservas, ecosistemas, parques y monumentos naturales... Abundante en oro (Iguala), plata (Taxco), petróleo y gas natural, entre otros. Rico en maíz y chocolate (productos originarios de esta tierra). Con una gastronomía deliciosa, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde 2010.

Comida sabrosísima, aunque se me antoje una bomba para quienes no estén habituados a la manduca condimentada. Se trata el suyo de un magnífico maridaje entre la cocina española y la indígena, que hace las delicias de cualquier paladar capaz de soportar el picante y los sabores fuertes. No hay más que untarse con chile chilpotle (exquisito con huevos fritos como desayuno para comenzar la jornada) o bien degustar un mole poblano, que es un guiso consistente, hecho con múltiples ingredientes. Una auténtica delicia. Aparte de un amplio surtido de botanas y antojitos mexicanos (enchiladas, quesadillas, tacos, burritos...), que pueden tomarse a cualquier hora del día o de la noche en los puestos callejeros -aunque conviene echar ojito u oclayo, por aquello del smog-, merece la pena tomarse unos tamalitos de dulce o bien un pozole. Y como postre entrarle a la cajeta, que es como un dulce de leche. Todo ello acompañado con un champurrao o atole (qué rico, el último que tomamos -¿te acuerdas?- fue en Tapia de Casariego, Asturias).

... Y para hacer la digestión puedes servirte un mezcalito oaxaqueño, o en su defecto un Tequila Hornitos Reposado con sangrita. Buen apetito. Y seguir lidiando o montando toritos bravos.

Atlantes de Tula. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Atlantes de Tula. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Entre fiestas y velorios

Sigo recordando aquel jaripeo o rodeo en el Estado de México, en Ixtapaluca/Indiapaluca.

¡Vaya espectáculo! Y qué guamazo (en mi pueblo decimos hostión) se llevó el jinete o charro. “Déjenlo... no se metan, pendejos, que le falta el aigre". Como para quedarse sin respiración.

Así es este país, que se mueve entre la fiesta y el velorio, entre el grito: ¡Viva México, cabrones! y el silencio. La vida como “nostalgia de la muerte”, porque muerte y vida se confunden. Dos caras de una misma realidad. “Qué más me puede ocurrir, qué me peguen un tiro”, me soltó a bocajarro un cuate al poco de aterrizar en el D.F. Hostias, se me han quedado parados hasta los vellos del pubis.

Aquí se le rinde culto a la pelona, a la llorona, acaso porque la vida no vale nada. La vida no vale un carajo ni en León Guanajuato ni en Silao y mucho menos en Ciudad Juárez, donde las mujeres, sobre todo, son acribilladas en un quítame allá esas pistolas.

El mexicano –según Octavio Paz- adula la muerte, y aun la festeja, la cultiva, se abraza a ella. Como ocurre en el Día de Difuntos. Entonces, el paisanaje come panes cual si fueran huesos, elaboran calaveras de azúcar, cada cual con su propio nombre (este menda aún conserva una). En realidad, en este país no es necesario celebrar el Día de Muertitos para arrumacarse con la muerte. Impresionante el festejo de este señalado Día en San Andrés de Mixquic. Cada farra puede ser un pretexto (los pretextos los inventaron los pendejos) para acabar saltando por los aires/aigres de un balazo en la sesera. No me chingues, güey, porque te voy a madrear bien padre hasta que se te salga el pulque por la entrepierna. No resulta difícil que una noche de fiesta acabe en una noche de duelo.

En las fiestas, los mexicanos se abren al exterior, estallan, descargan su pistola, que es como descargar su alma, saltan el muro de soledad (os convido a que os deis un paseo por El laberinto de la soledad), se desnudan, se lanzan al vacío briagos o motorolos perdidos, enmariguanados tal vez, después de atizarle un lingotazo a la botella de tequila. Lo importante es salir, abrirse paso, a ritmo de quebradita, en la cantina de al lado, embriagarse de ruido, de gente, de colorido. "No mames, cabrón, ese pinche güey se la buscó", porque cada quien tiene la muerte que se busca. "A estas alturas ya estará tocando el arpa con el arcángel San Gabriel". Así se las gastan los léperos, que andan todo el santo día de relajo, lanzando albures a sus carnalitos y carnalitas.

“Castellano y morisco, rayado de azteca”, este es México, país que da para componer muchas odas, principiando por su lengua, impregnada de castellano antiguo, castellano modulado, con palabras y expresiones propias. Y toda la castellanización de terminología náhuatl, aparte del english, que deviene en una suerte de spanglish (escuchad a Molotov). Y si entramos en las muchas y variadas lenguas indígenas, entonces flipamos: náhuatl, maya yucateco, mixteco, zapoteco, lacandón, huichol, purépecha o michoacano...

Algún día regresaré “al país de la cortina de nopal”.

Chichén Itzá. Manuel Cuenya/Guiarte.com

Chichén Itzá. Manuel Cuenya/Guiarte.com

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