Almohades y almorávides
El territorio de España y el noroeste de África conocieron una notable civilización en el medievo, de la mano de la cultura árabe.
Si el Islam se impregnó en oriente del arte asiático, floreciendo en núcleos como Persia; en occidente irradió sobre todo desde España, donde la mezquita de Córdoba ha sido uno de los grandes monumentos de la historia de la humanidad. Desde el siglo IX, los musulmanes de Al-Andalus, España, detentaron una cultura distinta y avanzada, dictando las líneas culturales del occidente del mundo islámico. Aquí arrancó lo que en siglos posteriores se ha llamado arte hispano-morisco, que engloba buena parte de las más bellas arquitecturas de un lado y otro del mediterráneo occidental hasta el siglo XV.
Los Almorávides fueron unos nómadas norteafricanos, fanáticos de la religión y la comunidad. Ellos, en el siglo XI, convirtieron a Marrakech en la capital de un imperio que se extendía desde el Sahara a buena parte de España.
Influenciados por la cultura andaluza, los almorávides desarrollan una construcción con notable brillantez ornamental. Realizaron bellas construcciones sobre pilares de ladrillos, con arcos de herradura y lobulados; cúpulas de arcos entrecruzados con decoración calada, hermosa decoración floral, etc.
Tras ellos llegaron los almohades, bereberes del Atlas, impulsados por una reacción religiosa. Conquistaron el propio Marrakech a mediados del siglo XII y se expandieron hacia el norte hasta establecer en Sevilla la capital del imperio.
El arte almohade es más austero, como la propia vivencia de la fe. Los monumentos se caracterizan más por el colosalismo que por las innovaciones formales. Redundan en la pureza y esbeltez de líneas, especialmente en sus elevados alminares.