Madrid junio de 2009
Tomás Llorens, comisario de la muestra, ha seleccionado 74 pinturas, esculturas y dibujos procedentes de los fondos de unos cincuenta museos y colecciones particulares de todo el mundo.
La exposición analiza la obra del pintor francés durante un largo período al que se ha venido prestando menos atención que a los tramos inicial y final de su trayectoria artística, y trata de entender sus claves a la luz del clima artístico de la época en que fue hecha.
Marcada por la sombra de la Primera Guerra Mundial y la premonición de la Segunda ésta fue, para el arte moderno, una época de ascenso rápido y de creciente implantación pública. En esa oleada ascendente Matisse ocupó desde el comienzo, junto a Picasso, un lugar central. Fue precisamente para asumir esa centralidad para lo que decidió alejarse de París, aislarse en Niza y sumergirse en la investigación sistemática de las condiciones de la nueva pintura.
1917 y 1941: dos fechas cruciales en la vida y la carrera de Matisse
En 1917 Matisse firmó un nuevo contrato con su galería, Bernheim-Jeune. En ese momento el final de la guerra estaba ya en el horizonte y, si algo estaba claro, era que el clima artístico de los años anteriores a su estallido, el de las primeras vanguardias, había desaparecido para no volver. Para Matisse la guerra había traído consigo la pérdida de los clientes rusos para quienes había trabajado prioritariamente durante casi una década. Las telas de grandes dimensiones que había pintado para ellos (como La danza 1909-1910) habían sido concebidas para unos entornos arquitectónicos concretos; los problemas que había planteado su realización eran parecidos a los de la pintura mural.
Ahora, en cambio, para dirigirse al público anónimo que constituía el destinatario potencial del arte moderno, el pintor tenía que trasladar su investigación a un campo diferente, el de la pintura de caballete. Fue para entrar en ese campo nuevo para lo que Matisse se trasladó a Niza, una ciudad del sur de Francia con unas condiciones óptimas de luz natural y un clima agradable, suficientemente lejos de París.
La vuelta a la pintura de caballete reavivó en Matisse la reflexión sobre sus precedentes históricos: los pintores impresionistas en primer lugar, pero también Manet y Courbet, Chardin, Rembrandt y Vermeer. La atracción por las artes decorativas musulmanas, que había jugado un papel fundamental en sus pinturas “murales” de antes de la guerra, le condujo ahora a un orientalismo que se apoyaba, de modo bastante explícito, en Ingres y Delacroix.
En esta nueva etapa Matisse siguió centrando su atención, como en la anterior, en los recursos fundamentales del lenguaje pictórico. El color, en primer lugar, ya que sentía en ese campo una mayor facilidad, y el dibujo, en el que fue concentrando cada vez más sus esfuerzos y cuyo estudio complementaba con la práctica de la escultura. Al mismo tiempo su reflexión le lleva cada vez más a reafirmarse (como muchos otros creadores de su época: Bonnard, Morandi, Valery o Montale) en una poética formalista, alimentada en la lectura de los dos grandes poetas fundacionales de la modernidad, Baudelaire y Mallarmé, y centrada en el postulado de la autonomía del arte respecto de la vida, de la forma respecto de la emoción.
Sin embargo, conforme pasaban los años, el aislamiento y las incertidumbres que encontraba en su búsqueda pesan cada vez más sobre Matisse. A partir de 1927 su producción se hace cada vez más escasa. Para salir de la crisis emprende en 1930 un largo viaje a Tahití durante el que prácticamente deja de pintar. A continuación recibe un nuevo encargo “mural” por parte de Alfred Barnes, un hombre de negocios norteamericano que había reunido una colección única de pintura impresionista y moderna en la que Matisse ocupaba un lugar central junto a Cézanne y Renoir. El artista, que había decidido para este encargo volver al tema de su Danza de 1909-1910, aunque transcribiéndola a un registro más épico y abstracto, estuvo trabajando en su realización durante más de tres años.
Cuando volvió a la pintura de caballete en 1934 el mercado del arte moderno había sido prácticamente barrido de Europa por la crisis económica de 1929. También se habían deteriorado las condiciones políticas e históricas de su implantación social. La caída se aceleró con la llegada de Hitler al poder en Alemania, el estallido de la guerra civil española y, finalmente, con la segunda guerra mundial. Cuando los alemanes ocuparon Francia en 1941 y el gobierno de Petain aceptó el armisticio, Matisse, en contraste con otros artistas y escritores modernos que emigraron a Estados Unidos, decidió quedarse en Niza. Su salud mientras tanto empeoró y tuvo que sufrir una intervención quirúrgica que le llevó a las puertas de la muerte.
Nunca se repuso totalmente, pero la enfermedad no le impidió sumergirse de nuevo en su trabajo concentrándose, en unas condiciones de aislamiento extremas, en una admirable serie de dibujos que tituló Tema y Variaciones. La exposición concluye con ese esfuerzo, que marca el final de la época central de su trayectoria, la de la pintura propiamente dicha, y el comienzo de una época nueva, que será la de los papeles recortados.
Matisse. Naturaleza muerta con mujer dormida. National Gallery of Art. Washington. Colección Mr. y Mrs. Paul Mellon. En el Thyssen Bornemisza
Henri Matisse. Conversación bajo los olivos, Colección Carmen Thyssen-Bornemisza.