Se ha contado para ello con la colaboración del Museo Nacional de Arte de Rumanía que durante dos meses ha prestado la tela de La Adoración de los pastores. El montaje actual estárá a disposición de los amantes del arte hasta el 12 de noviembre
En el final del siglo XVI, el encargo de doña María de Aragón representó un punto de inflexión en la producción del artista, quien se adentró con el cambio del siglo en su producción más personal. Es además el único trabajo del pintor en Madrid, aunque su realización se llevó a cabo en Toledo.
Doña María de Córdoba y Aragón, había costeado la fundación de un colegio o seminario para la Orden Agustina, bajo la advocación de la Encarnación. Doña María murió en 1593 sin ver acabada la fundación, por lo que el rector fray Hernando de Rojas y el albacea testamentario Jerónimo de Chiriboga se hicieron cargo de las obras. La personalidad de este último personaje, canónigo de Talavera de la Reina, pudo ser decisiva cuando el Real Consejo de Castilla encomendó, en diciembre de 1596, el retablo mayor de la iglesia.
El Greco, para poder hacerse cargo de la obligada fianza al emprender el trabajo, recurrió a fiadores toledanos. En julio de 1600 un carretero llevó desde Toledo el retablo con todos los aderezos que para él estaban fechos, es decir: el armazón del conjunto y un número de esculturas, además de las pinturas, siguiendo la habitual complejidad de los retablos castellanos. Algo después le fueron pagados a El Greco los 5.920 ducados en que fue tasado el retablo.
A pesar de que esta obra suscitó pronto comentarios negativos, no se recoge descripción literaria o gráfica del conjunto lo que, unido a la escasez documental sobre el encargo, ha planteado numerosos interrogantes sobre cuestiones tan elementales como el número de pinturas y esculturas y la disposición de las mismas. Una relación anónima descubierta en 1985 reflejaba un inventario de más de treinta conventos madrileños. A propósito del Colegio de doña María de Aragón, se constata que estaba formado por siete pinturas originales de Dominico Greco que estaban en el Altar Mayor, además de seis esculturas en madera: San Pedro, San Pablo, San Antonio, San Agustín, San Nicolás de Tolentino y Santo Tomás de Villanueva. Esta breve indicación ha servido para ubicar el conjunto de cinco pinturas con que cuenta el Museo del Prado, a las que se sumaría La Adoración de los pastores, que hoy pertenece al Museo Nacional de Arte de Rumanía. En una distribución de dos pisos y tres calles, en el piso bajo La Anunciación estaría flanqueada por La Adoración de los pastores y El Bautismo, mientras que en el piso superior La Resurrección y Pentecostés se situarían a los lados de La Crucifixión, estando todos ellos rematados en medio punto. Un séptimo cuadro, hoy desaparecido, completaría el retablo; una pintura de formato más reducido con un tema que pudiera corresponder con la Santa Faz, un Cordero adorado por ángeles o una Virgen con el Niño.
Con este retablo El Greco iniciaría la fase final de su carrera, donde afianza su concepción de la pintura.
La pintura desarrollada por el artista en este conjunto causó una incomprensión generalizada ante un alarde tan impresionante de composición, dibujo y sentido del color. se ha tratado de explicar este excepcional conjunto de pinturas mediante justificaciones muy variadas, desde el supuesto manierismo del pintor, a la ordenación de las mismas en el retablo o a través de los escritos del beato Alonso de Orozco (1500-1591), predicador y escritor agustino de gran estimación en la Corte y vinculado igualmente con la fundación, en cuya iglesia fue enterrado.
También se ha visto este conjunto como la manifestación evidente del resurgimiento del bizantinismo que, a partir de esas fechas, seguirá la obra del artista
El Greco, sin rupturas excesivas con su producción anterior, realiza una auténtica demostración de pintura, desarrollada con una libertad inusitada, inaccesible desde luego tanto a sus contemporáneos como a gran parte de las generaciones venideras. Las pinceladas, de recorrido y textura tan variadas que sólo pueden explicarse desde un dominio absoluto del óleo, fluyen sobre el lienzo con una contundencia pasmosa. La eficaz resolución del colorido se lleva a cabo desde una excelente concepción de las anatomías y movimientos de las figuras, tan bien entendidas que definen por sí mismas un espacio asfixiante y personal, pero perceptible.
Desvinculado de las concepciones tradicionales del arte de la pintura, no es de extrañar que durante tres largos siglos esta visión de El Greco de los asuntos celestiales sólo pudiera explicarse como una creación nacida del delirio del pintor.
En cuanto a la temática desarrollada, El Greco tuvo ocasión de reincidir en algunos de los temas religiosos que con más frecuencia había tratado, lo que le permitió afrontar estas composiciones con mayor seguridad y madurez. En asuntos como La Anunciación o La Adoración de los pastores, muestra toda su capacidad creadora y pictórica, una vez absorbidos y superados los modelos de partida, básicamente venecianos. En los seis episodios tratados, todos ellos fundamentales en la iconografía cristiana, El Greco plasmó una nueva visión del misterium que cada tema conlleva, y lo desarrolló como una experiencia luminosa que se ha definido en alguna ocasión como una descarga eléctrica capaz de unir en un instante cielo y tierra. Con respecto al marcado sentido ascensional de las figuras, hay que hacer notar que El Greco resuelve de forma brillante unas composiciones que debían adaptarse a los formatos verticales de las telas; especialmente en las destinadas al piso superior.
Los seis lienzos del conjunto se organizan en dos partes; en el piso bajo, ocupado por La Adoración de los pastores, La Anunciación y El Bautismo, la visión entre lo terrenal y lo celestial mantiene la dicotomía ya empleada con indudable acierto en El entierro del caballero de Orgaz; en los lienzos del piso superior, la necesidad de incluir un número importante de figuras en un espacio tan estrecho se resuelve con gran ingenio al organizar igualmente la escena en dos alturas donde las figuras definen el espacio por medio de exagerados escorzos y expresivos gestos que han promovido interesantes lecturas sobre la creación, por parte del artista, de un código propio de significación.
El retablo de María de Aragón, en El Prado.
La tela de la Adoración de los Pastores pertenece al Museo Nacional de Rumanía.