Guía de Lourdes

Ciudad de Esperanza

El ambiente de la ciudad francesa de Lourdes está repleto de belleza, devoción y dolor...

En Lourdes hay belleza paisajística, por su ubicación en un paraje hermoso de los Pirineos franceses, surcado por la corriente del río Gave, que baja con aguas relativamente rápidas desde los abruptos montes de la Gavarnia. En Lourdes hay también dolor, porque allí se detecta el sufrimiento de muchas gentes y el deseo solucionar males de imposible curación a través de un milagro, algo que no está al alcance de la generalidad de los mortales.

Esta ciudad se halla al norte de los Pirineos, muy cerca de Tarbes, en un lugar donde la alta montaña empieza a hacerse llanura, en un valle de modelación glaciar, visible desde cimas a las que se puede acceder en teleférico.

En febrero de 1858, Bernardette Soubirous tuvo allí la primera de sus visiones marianas. En 1866 ya se empezó a construir el primer santuario. A partir de entonces no ha parado de crecer este enclave religioso, al que peregrinan unos más de seis millones de personas cada año, buena parte de ellas en busca de curaciones a enfermedades sin esperanza.

Muchachos jóvenes tiran de sillas y carritos con enfermos incurables; gentes con escasa esperanza o agradecidas por favores celestiales oran o depositan flores ante estatuas de la Virgen o de Bernardette, y cientos de personas se arraciman para recoger agua con la que sanar heridas o males físicos o morales.

Tiene Lourdes menos de 20.000 habitantes, pero alberga en sus calles un largo elenco de razas, emociones y dolores; de gentes movidas por la curiosidad y el fervor.

Historia de Lourdes

Hasta el siglo XIX, cuando emergió como centro de peregrinación, Lourdes era una pequeña población.

Pese a su tamaño, en la Edad Media la ciudad ya fue fortificada, como plaza importante del condado de Bigorria.

Hay una leyenda que cuenta cómo Carlomagno cercó a la población, entonces en poder de los árabes.

Durante el asedio, un águila voló con una trucha en sus garras, y dejó caer el pez sobre los sitiados, presagio que se interpretó como una señal de que los cercados estaban bien abastecidos. Pese a ello, el jefe de los musulmanes entregó la trucha al emperador y acabó aceptando la religión cristiana y el dominio imperial.

El escudo de Lourdes recoge la leyenda, porque presenta un águila con un pez y unas torres sobre montañas.

Pero más que Carlomagno, la prosperidad y fama de la ciudad llegó de la mano de Bernardette Soubirous, la hija de un molinero sin trabajo, de vida tan dura que llevó a la familia a cobijarse en un calabozo húmedo y frio en desuso, de apenas cuatro por cuatro metros.

Bernardette –Bernardeta en el lenguaje gascón- nació en 1844, siendo la mayor de nueve hermanos, varios de los cuales fallecieron de niños. Ella falleció en 1879, aquejada en gran medida de males derivados de una niñez vivida en condiciones insalubres y de extrema pobreza.

La joven presenció una serie de apariciones de una mujer que ella denominaba como “aquella” y que sólo al final se identificó como la Inmaculada Concepción.

La primera aparición fue el 11 de febrero de 1858, en la cueva de Massabielle, a la orilla del Gave, cuando la muchacha marchaba al campo para recoger leña.

A partir de aquella fecha comenzó a juntarse multitud de gente en el lugar, ante el fervor de muchos y las ironías, chanzas o acusaciones de fraude de otras autoridades y medios informativos.

Fallecida en Nevers, como humilde monja, perseguida por su propia superiora, la iglesia católica canonizó a esta humilde mujer en 1933.