La joya en peligro
En el marco de las restauraciones de catedrales europeas en el XIX, tal vez la acción más importante, más modélica, se llevó a cabo en España, en León.
La catedral de León, la más pura del gótico francés en la Península Ibérica, fue declarada en 1844 primer monumento Histórico Artístico de España. En esa época ya era un edificio bello pero afectado por la ruina. Desde mucho tiempo antes habían empezado a registrarse grietas, desprendimientos y habían ido cegándose numerosos ventanales. El mal venía de lejos.
La primera iglesia situada en aquel solar databa del inicio del siglo X, cuando Ordoño II cedió su palacio real, edificado sobre las termas, para que en sus aulas se estableciera el templo. Siglo y medio más tarde se construyó una nueva edificación, románica, con tres naves y arcadas de herradura. El obispo Manrique de Lara, fallecido en 1.205, emprendió las obras de la tercera edificación, gótica, pero hasta 1.301 no se terminó lo fundamental de la misma (la torre sur no se finalizó hasta el siglo XV).
La estructura del edificio es un prodigio arquitectónico, en el que se puso la maestría más consumada del gótico francés. Se dice que la catedral de León no tiene paredes y es casi cierto. Su estructura se basa en un fino esqueleto de cantería que sostiene una especie de red, como un bordado de puntilla, de ricas vidrieras; el conjunto más notable de las españolas.
Pero el delicado equilibrio de sus finas estructuras siempre ha estado en peligro, por la propia delicadeza de la obra, por el endeble basamento, por la piedra, y, sobre todo, por algunos añadidos que no correspondían a la estructura de la pieza original.
El mayor daño se produjo en el siglo XVII. A propuesta del Cabildo –que estimaba que era poca cosa una gran iglesia sin cúpula- Juan de Naveda, arquitecto de Felipe IV, hizo la cúpula barroca sobre el crucero, rompiendo con este añadido los delicados equilibrios de fuerzas del gótico. A partir de entonces, el crucero, especialmente en la zona sur, empezó a acusar problemas graves. En el XVIII hubo incluso derrumbes de cuatro bóvedas y desplomes desastrosos. En el XIX la amenaza de ruina era total.