Tres dientes de piedra
Las ciudades de Senglea, Conspicua y Vittoriosa son tres dientes de piedra que se miran entre sí, separadas por calas, y recelosas ante La Valleta, que las controla desde el norte.
El conjunto es impresionante por su solidez constructiva, aunque el recorrido interior deja bastante que desear, y sólo llaman la atención los templos, barrocos hasta el agotamiento. Entre bastión y bastión, yates de lujo, iglesias por doquier, algunos pescadores despistados y góndolas al servicio del turista.
Mdina es, sin embargo, una buena visita en el centro de la isla. Se conserva muy bien todo el recinto, y los palacios e iglesias han mantenido el aire original, como esas señoras venidas a menos que siguen vistiéndose como cuando eran jóvenes.
La isla también tiene playas, aunque mucho peores que las del Mediterráneo español, a las que se accede, como a todos los pueblos, por un dédalo de carreteras sin apenas señalización que obliga a aguzar el ingenio y a seguir el instinto, o la posición del sol.
En general Malta es caótica en el tráfico (por la izquierda, of course) aunque tiene una buena red de comunicaciones por autobús que evita muchas veces tener que alquilar un coche.
Sliema es una ciudad horrorosa, al norte de la Valleta, un Benidorm amontonado en el que terminan aparcados la mayoría de los turistas. Por allí deambulan ingleses jubilados que andan muy deprisa por el malecón, parejas de recién casados, jóvenes que han ido a la isla con la disculpa de aprender inglés y malteses de toda la vida que ocupan las calles interiores.