Testimonios harto distintos
El testimonio más importante de la locura de Doña Juana se encuentra entre las páginas de un cronista anónimo neerlandés:
No bien supo que el cadáver de su marido había sido trasladado a la Cartuja de Miraflores, quiso ir allí, y se hizo confeccionar ropajes de luto de diversas formas, que cambiaba todos los días, y algunos se los hizo hacer de corte religioso. Llegada a Miraflores, descendió a la fosa sepulcral donde había sido depositado el cuerpo de su buen esposo, y después de haber permanecido allí durante todo el funeral, hizo subir el féretro y abrirlo, primero la caja de plomo, y luego la de madera, y desgarró los sudarios embalsamados que envolvían el cadáver. Y hecho esto, púsose a besar los pies de su esposo. Y permaneció allí tanto tiempo, que hubo que arrancarla de aquel lugar casi a la fuerza y diciéndole. Señora, podéis volver otra vez, si queréis. Así lo hizo, en efecto, y todas las semanas repetía las mismas acciones, con lo que su aflicción crecía más y más cada día, hasta que poco antes de Navidad volvió a presentarse en la Cartuja, se hizo abrir el féretro después de la misa, y declaró que no hallaría descanso hasta que lo hubiera conducido a la gran iglesia de Granada, donde él había querido ser enterrado. Se puso en camino con el cadáver, acompañada de cuatro obispos, y muchos clérigos y monjes de diferentes órdenes. Todos los días, cuando la fúnebre comitiva hacia alto, repetía la Reina sus dolorosas maniobras. Abría el féretro, descubría los pies del cadáver y permanecía largo rato abrazada a sus rodillas, besándolas con los mismos extremos de cariño que si estuviera en vida .
Pues bien. Las visitas a la Cartuja de Miraflores, que en el texto se describen continuas, fueron sólo dos y están perfectamente documentadas. La primera ocurrió el día de Todos los Santos. Después de oír la misa y atender al servicio divino, se quedó allí hasta la hora de comer. Tras la comida, bajó a la cripta sepulcral y dio orden al Obispo de Burgos de que hiciera abrir el féretro en su presencia. Vio y tocó el cuerpo sin el menor síntoma de emoción, sin derramar una sola lágrima. Hecho lo cual, al día siguiente regresó a la ciudad.
Y el historiador Juan de Mariana da además la explicación de esta extraordinaria conducta. *...como los flamencos exigían sus pagas, y al no obtener satisfacción habían vendido parte de las ropas del difunto, abrigaba la sospecha de que se hubieran llevado el cadáver a Flandes.
Añadíase a esto que cuando se embalsamó el cadáver, se entregó a los neerlandeses el corazón de Felipe para que fuera enterrado en su patria, con lo que inmediatamente cundió el rumor de que no sólo se habían llevado el corazón, sino el cuerpo entero*.
Con relación a la segunda visita a la Cartuja, existe también una explicación dada, aunque involuntariamente, por un testigo presencial, Pedro Mártir de Anglería, el erudito cronista de la Reina Isabel, que escribió: Era el 20 de diciembre. La Reina salía de Burgos para huir de la peste y, queriendo dar cumplimiento a la voluntad de Felipe, expresada en su testamento, de ser enterrado en Granada, quiso llevarse consigo el cadáver. Los prelados se negaron a acceder a sus deseos, pues un cuerpo muerto no podía ser trasladado antes de los seis meses. Esta negativa la hizo desconfiar, y dio orden de volver a abrir el sepulcro, encargando a los obispos de Jaén, Málaga y Mondoñedo, y a los embajadores del Papa, del Emperador y del Rey Fernando, allí presentes, que se cercioraran de que aquel era realmente el cuerpo de Don Felipe. Y ellos certificaron que lo era, en efecto, aunque todo lo que pudieron ver fue una figura completamente irreconocible envuelta en un sudario.
De estas visitas a la Cartuja de Miraflores, muchas y propias de una demente según unos, y pocas y perfectamente justificadas según otros, también se dijeron cosas que pretendían convencer a cuantos más mejor de la locura de la Reina de Castilla. Se dijo que ...muchas semanas despues de la muerte, cubrió de besos el cadáver y se encerró a solas con él para entregarse a sus anchas a toda clase de insensatas ternuras.
Es decir, según los mismos interesados cronistas, Doña Juana, además de loca, era una desviada sexual.