Llegar a Cracovia
Llegar a esta ciudad polaca hacia las 12 de la mañana un día cualquiera de octubre parece de lo más normal del mundo...
Ir a presentar una de mis novelas -Las dos vidas de Isabel Tascón-, con los debidos respetos, tiene ciertos tintes exóticos, sobre todo si comparamos la bruma del Cantábrico (mar de referencia para un leonés como el que suscribe) con la grisura cercana del Báltico. Encontrar españoles -en este caso los profesores del Instituto Cervantes con su director, Abel Murcia, a la cabeza- no es sin embargo, una etapa más de la visita. Es el comienzo.
La primera sorpresa. ¿Qué hacen estos compatriotas en una parte del mundo en la que no hay sol abrasador, ni tapas, ni tertulias en las radios, ni jamón…?
Segunda sorpresa: tienen todo el aspecto de los hombres y mujeres felices; no reniegan de nada, no se quejan, dan la impresión de encontrarse en un lugar querido. ¿Es posible que hayan quedado impregnados de esa resignación eslava de la que me hablan en Varsovia otros españoles? No. Es algo más, un viaje diferente por la vida.
Iglesia de Mariacki. Imagen de Artur Żyrkowski, Municipality of Krakow, City Promotion and Marketing Office