Las cataratas... y el hombre
Cuando se oye la palabra catarata, el cerebro se imagina un paraje grandioso, un paisaje abrupto, de difícil acceso, solitario, salvaje.
Sin embargo, quien se vaya a acercar a Niágara ha de saber que las cataratas están a pie de calle, que se las puede contemplar -iluminadas-mientras se cena en un restaurante de lujo, y que los barcos llegan cargados de turistas con chubasquero azul hasta la espuma del rompiente, a 52 metros del lago superior.
No hay que engañarse: las cataratas de Niágara son hermosas, vistosas, salvajes, pero han recibido el abrazo del oso, es decir, del hombre moderno.
Para empezar: la mitad del caudal del río ha sido desviado a enormes tuberías para generar electricidad, una parte para Estados Unidos y la otra para Canadá. Luego está el turismo, que llega en masa desde Nueva York, desde cualquier otra ciudad populosa norteamericana (Washington, Boston), o desde Toronto, que está a un par de horas de camino.
Desde el restaurante se pueden ver las espectaculares cataratas. Imagen de Miguel Moreno. Guiarte.com