Enterramientos neolíticos de páramos y valles
Hace unos seis mil años, los pobladores paleolíticos del norte de la Península Ibérica (que iban detrás de la caza y que recolectaban lo que se encontraban)
Se habían convertido en neolíticos sin ellos saberlo, y habían discurrido que era mejor domesticar y cuidar el ganado, y sembrar y recoger el grano, que vivir cada día al albur de lo que ocurriera. El Neolítico, que significa "piedra nueva", es algo más que una técnica de cultivo y pastoreo, y mucho más que el pulimento de las hachas o el uso de la cerámica. La mejora de la producción trajo los excedentes, la seguridad, el ocio, la estructura social compleja y un pensamiento abstracto que elabora religiones y creencias.
En ese contexto aparecen los enterramientos megalíticos: los muertos ya no se esconden, ni se abandonan, sino que se exhiben a través de los monumentos dolménicos: estructuras de grandes piedras formando cámaras a las que se accede normalmente por un corredor, también hecho con lajas.
El conjunto se cubría con tierra para dar consistencia y seguridad a la obra. El panteón familiar, o tribal, o religioso -que aún no se sabe cuál era el método de selección de los difuntos privilegiados- se convertía en un hito en el paisaje, en una referencia visual y afectiva que unía a los neolíticos a su tierra y a su historia.
Ruyales del Páramo es una localidad burgalesa del municipio de Huérmeces. Allí también se hallan estructuras megalíticas. Foto de Miguel Moreno/guiarte.com