Madrid, 30 de enero de 2013
El concepto de bohemia artística se forja a mediados del siglo XIX, entre el Romanticismo y el movimiento realista. A partir de entonces, se empieza a valorar por encima de todo la libertad creativa del artista, aunque ésta conlleve su marginación frente a la sociedad o su fracaso ante el público. La pintura, la literatura, la prensa, la canción, la ópera y el cine contarán las historias de jóvenes talentos condenados a vivir en la miseria para defender su arte. Historias que se nutrirán del imaginario colectivo sobre los gitanos y vagabundos, quienes compartirán con los artistas su necesidad de vivir de forma más libre y auténtica.
La vida bohemia se convierte en uno de los grandes mitos de la modernidad. La historia, rica y compleja, de los bohemios (etnias gitanas errantes), se convierte en símbolo de una vida sin normas ni ataduras, libre de las convenciones burguesas. De esta forma, a mediados del siglo XIX muchos jóvenes artistas, embelesados con este concepto, son rechazados por el sistema académico, y se refugian en las buhardillas y en las tabernas de París. Convencidos de su talento e incomprendidos por la crítica, comparten con los gitanos una marginalidad y una miseria que será, poco a poco, mitificada como premisa de libertad artística y espiritual.
La exposición del la Fundación Mapfre indaga sobre esa historia común, incidiendo en los encuentros y las disparidades entre dichas "bohemias" y su papel determinante en el nacimiento del mundo moderno.
La ruta de los gitanos. Tópicos y leyendas
Desde su llegada a Europa hacia 1420, los gitanos ejercieron una enorme fascinación entre pintores y escritores. Numerosos mitos y leyendas popularizaron tópicos en torno a los gitanos y, hasta la Ilustración, fueron a menudo retratados prediciendo el futuro o ligados al mundo de la danza, el teatro y el baile. A partir del siglo XVIII, el tema de "la buenaventura" cobró un nuevo auge de la mano de pintores galantes que, como Boucher o Watteau, trataron la figura de la gitana como personaje pintoresco que anunciaba el cortejo amoroso.
De forma paralela, la naturaleza se estableció como escenario predilecto para la representación de los gitanos, debido a la asociación que tópicamente se hacía entre esta etnia y la vida errante, tan opuesta a la sedentaria vida en la ciudad. Los campamentos bohemios en el paisaje serán entonces uno de los asuntos más representados, tal como muestran las obras de Teniers, Morland o Gainsborough. En estos paisajes, los gitanos ayudaban a poner la nota pintoresca pero, además, encarnaban una nueva armonía entre el hombre y la naturaleza.
Con la llegada del realismo, el prestigio de la comunidad errante aumenta: "acabo de iniciarme en la gran vida vagabunda e independiente del gitano", escribía Courbet en 1853; mientras, Baudelaire se proponía, en Mi corazón al desnudo (1859-1863), "glorificar el vagabundeo y lo que se podría llamar el Bohémianisme [gitanismo]".
A partir de Courbet y Manet, la presencia de las clases marginadas en el arte resulta cada vez más frecuente. Este asunto permitía a los realistas escapar de la estrecha jerarquía de los géneros académicos, para buscar un arte más sincero, que mostrara la verdadera realidad de la vida moderna. La gitana y sus hijos, de Courbet o El bebedor de agua de Manet representan esta aspiración de acercamiento a lo real y de alejamiento de los estereotipos románticos sobre los gitanos. Por su parte, Vincent van Gogh resume de forma magistral en Las caravanas estos conceptos.
El mito de la gitana
Los temas españoles gozaron, durante el Romanticismo, de un enorme prestigio entre los artistas instalados en París. En los gitanos españoles encontraron la posibilidad de retratar una realidad tan cercana como diferente, a través de principios estilísticos heredados de la tradición de Velázquez y Goya. Buena muestra de esta tendencia son las dos obras de Sargent, Campamento gitano y El baile español, que reflejan la fascinación por nuestro país.
En este contexto, la gitana ocupó un lugar fundamental: el mito tradicional encarnado por La gitanilla de Cervantes, y renovado por la Esmeralda de Victor Hugo y por la Carmen de Mérimée (y más tarde, por la versión operística de Bizet), se impone durante el siglo XIX como símbolo de la provocación, la libertad, la sexualidad y la alteridad de la gitana española. Figura capaz de albergar significados muy diferentes, su presencia se hace más fuerte conforme avanza el siglo XIX, hasta el punto de que ningún artista es capaz de escapar a su embrujo.
Esta sección cuenta con obras míticas en las que la imagen de la gitana adquiere diversos matices: bien se alejan de los estereotipos, como en el caso de Nonell o Sorolla, bien inciden en el decorativismo sensual de la gitana, como en el caso de Van Dongen, Manguin o Anglada-Camarasa.
El artista moderno
El movimiento romántico afianza profundamente esa misma libertad para el arte. Su oposición a las convenciones burguesas rompe el pacto entre la sociedad y el artista, y permite que éste se apropie de aquellos rasgos tradicionalmente asociados a las comunidades errantes. La autoafirmación de la libertad y la individualidad del artista pasa a ser el rasgo más sobresaliente.
Goya aparece como el primer gran artista moderno, que autoafirma su genio creador. Su Autorretrato ante el caballete preside esta sección, junto con el Autorretrato atribuido a Delacroix o el Retrato de Charles Baudelaire de Émile Deroy.
La popularización de la bohemia viene de la mano de Henry Murger y sus Escenas de la vida bohemia (publicadas en fascículos en Le Corsaire-Satan entre 1845 y 1849), obra que, junto a su posterior puesta en escena en 1896, en la famosa ópera de Puccini La Bohème, consagran de manera definitiva el pequeño mundo de los cafés, de los aspirantes a pintor y de los poetas debutantes. Los jóvenes artistas adoptan entonces los códigos de esta vida (penurias económicas, hambre, aislamiento social) como un pasaporte necesario hacia la gloria futura. Daumier ironiza en sus litografías sobre las aventuras de los artistas bohemios, contribuyendo a configurar los tópicos que perduran hasta la actualidad.
Conforme avanza el siglo XIX, el artista progresa en esa identificación con el caminante vagabundo que marca la senda que ha de conducir a un arte nuevo y a una vida, aunque más dura, más verdadera. Ma Bohème, de Rimbaud muestra la vida errante como el camino de la creación. Un par de botas, de Van Gogh, se consagra al respecto como el testimonio plástico más evidente.
Montmartre y otras escuelas de la bohemia
A finales del siglo XIX, la bohemia se identifica con Montmartre. La butte se convierte en el centro de la vida artística nocturna en torno a los cabarés Le Chat Noir, Au Lapin Agile y el Moulin de la Galette. Desde Van Gogh a Toulouse-Lautrec, desde Rimbaud a Satie, todos sienten su influjo. Un ambiente que queda magistralmente representado en esta muestra con la obra de Signac El Moulin de la Galette o con el Rincón de Montmartre de Vincent van Gogh.
Los artistas españoles se sentirán profundamente atraídos por este mundo creativo sublime y melancólico: Santiago Rusiñol y Ramón Casas lo viven en primera persona, y tratan de emularlo en Barcelona, en el ambiente de Els Quatre Gats, a la vez que relatan y pintan su aventura bohemia en torno al Moulin de la Galette.
En Barcelona, Picasso leerá las primeras revistas de vanguardia, y se encenderá su deseo de viajar a París, donde vivirá una bohemia intensa y trágica, protagonizada por el suicidio de su amigo Casagemas. Azoteas de Barcelona muestra una melancólica visión azul de los tejados de la ciudad, en un momento en el que Picasso hacía entrar a la pintura en un mundo moderno, completamente nuevo.
LUCES DE BOHEMIA. ARTISTAS, GITANOS Y LA DEFINICIÓN DEL MUNDO MODERNO
Del 2 de febrero al 5 de mayo de 2013
Fundación Mapfre
Paseo de Recoletos 23. Madrid
David Teniers ii. Paisaje con cueva y un grupo de gitanos. 1640
Charles von Steuben. La Esmeralda, 1839
Francisco de Goya. Autorretrato ante su caballete, 1790-1795
Paul Signac. El moulin de la Galette, 1884