Otoño en Aranjuez
Aranjuez fue un paraíso de tranquilidad y diversión; diversión austera para algunos, como el ilustrado Carlos III o menos ejemplar de otros monarcas, como su biznieta Isabel II, proclive a los amoríos furtivos.
Pero estos monarcas sólo venían a al lugar por primavera. Tal vez buscaron sólo la luz, la música, y un mar de juguete en el fértil valle que surca la árida meseta.
Tal vez los monarcas, dueños de un imperio que se extendía por los distintos océanos, nunca quisieron contemplar la luz de otoño en su pequeño paraíso, para evitar que los jardines marchitos y el piélago de bosques amarillos arrojasen sobre ellos un presagio pesimista; para impedir que en su mente surgieran emociones tristes de ocaso y melancolía; como las que reflejó algún día Juan Ramón Jiménez:
Los jardines se mueren de frío;
en sus largos caminos desiertos
no hay rosales cubiertos de rosas,
No hay sonrisas, suspiros ni besos. Pero el otoño de Aranjuez no debe verse como un destino inexorable y triste; porque el Arte permanece, rodeado de una naturaleza que se halla en el inicio de un breve sueño; casi en el preludio de otra dorada aurora.
El otoño de Aranjuez está cargado de evocaciones y rumores que nos llevan muy lejos. El embarcadero, con sus viejas garitas, solitario e inútil, confundido en el lindero del bosque y cubierto de hojarasca tal vez nos traiga recuerdos de las lejanas ruinas de las ciudades guaraníes; Y los silbos del viento parecen aportar rumores de arpa o de canciones desgranadas hace siglos por algún tenor, desde una falúa recubierta de oro y deslizada sobre las aguas del Tajo.
En Aranjuez, los jardines atenazan la historia y nos hablan de placeres y amores; las enramadas amarillentas huelen a besos furtivos, y de detrás de la fuente de Apolo parecen surgir quejidos amorosos de una apasionada reina, entregada ardorosamente a un altivo oficial de la guardia.
Las fotografías de este cuentaviajes han sido realizadas todas para guiarte.com, en el interior del Jardín del Príncipe, de Aranjuez