La airosa espadaña del templo de Villadangos. Imagen de Guiarte.com/Tomás Alvarez
La puerta de entrada tiene interesante trabajos relativos al apóstol Santiago, de un aire naif. Imagen de Guiarte.com/Tomás Alvarez
Santiago Matamoros reina en excelente el retablo churrigueresco de la iglesia de Villadangos. Imagen de Guiarte.com/Tomás Alvarez
Los peregrinos desfilan ante unas catalpas desmirriadas, camino de Villadangos. Imagen de Guiarte.com/Tomás Alvarez

Villadangos se encuentra en un paisaje en el que se une el secarral con el verdor de los riegos del Órbigo.
El peregrino que deja atrás el vallecillo de San Miguel, avanza por un camino polvoriento, siempre unos metros al sur de la carretera 120, en un paisaje en el que cada vez aparecen más robles.
Sin embargo ¡Oh curiosidad botánica! De vez en cuando se ven al lado de la senda unas desmirriadas catalpas. Sí. Todo da a entender que hace tiempo, algún preboste –imaginemos que bienintencionado y con dinero oficial- decidió poner en estos trechos una serie de arbolitos para que escolten al peregrino en su marcha y le proporcionen sombra. La idea fue loable. Sin embargo, a la hora de elegir las especies que habrían de plantarse, algún “lumbrera” decidió que lo más idóneo para este territorio semidesértico era la catalpa. Tal vez el agudo repoblador de la cubierta vegetal leonesa había visto en algún jardín de Madrid, Valencia o Miami, las grandes hojas acorazonadas de la catalpa y pensó que buenas eran ellas para cubrir de sombra al peregrino. No reparó en que se trata de una especie que resiste mal la sequedad y poco propicia para estos suelos pedregosos... El ignorante repoblador no sabía que por aquí el árbol rey es el roble y que en su ausencia el heredero es encina... Pues nada; catalpas para el secano. 
Las catalpas no crecen en el secarral, pero lo que sí ha crecido es el polígono industrial de Villadangos, que se extiende paralelo a la ruta pero al otro lado de la carretera.
En este lugar, tal vez la Vallata de la época astur, las instalaciones fabriles han dado vida al pueblo, como se atestigua al descubrir cerca del Camino gasolineras, hoteles y talleres.
Junto a una pronunciada curva de la Nacional 120, a la entrada del antiguo núcleo del pueblo, está el albergue de peregrinos, habitualmente muy aseadito. Cerca de él nace una carretera que nos conduce hacia el valle del Órbigo. El sendero peregrino va por el norte del casco urbano, paralelo a la Nacional 120, por lo que muchos de los viajeros no pasan por el templo parroquial. Una pena para ellos.
El día en que visité el pueblo, me acerqué a la iglesia local para examinar su interés. El edificio estaba bien conservado y la aguzada flecha rebosa dignidad. A la entrada del mismo estaba de recepcionista un veterano lugareño de nombre Benito Villadangos Villadangos, sellando las credenciales de los peregrinos, a quien comenté que era una pena que multitud de peregrinos pasaran a unos metros sin conocer el templo. 
“Está bien así”, respondió Villadangos (patriota del lugar hasta en el nombre), argumentando que si vinieran todos no iba a tener tiempo material para explicarles las maravillas del templo. Y es comprensible la afirmación de Villadangos, porque la iglesia, de inicios del siglo XVIII, tiene elementos que merecen la atención. Ya en el portal se descubre esto. En primer lugar por la factura de la entrada, clasicista, con buena piedra y un bajorrelieve que muestra al santo de la calabaza y la vieira. Pero lo más sobresaliente es la puerta de madera, donde hay una representación naif de la batalla de Clavijo. A un lado, Abderramán, orgulloso sobre un alazán moruno y acompañado de jinetes lanceros... Y al otro Santiago, que monta un caballo blanco, y esgrime su espada con la que degüella a la morisma. No falta el moro decapitado debajo de las patas delanteras del corcel... un corcel cuyo rostro es humano, a modo de divino centauro.
Este no es templo de Dios, sino de Santiago. Lo comprende el viajero nada más entrar al interior del edificio, bien conservado. Esa idea se reafirma ante el excelente altar barroco, de tres calles, que tiene justo en el medio a una gran figura del Patrón, subido en su caballo blanco, en ademán de ataque y esgrimiendo un colorido estandarte. Por detrás de la grupa del caballo se halla la única ventana de la cabecera, con cristales rojizos, por lo que en la mañana, en los días soleados, una claridad rosada parece acompañar a Matamoros en su avance belicista. A ambos lados de la refulgente imagen, dos cuadros insisten en el tema santiagueño proponiendo a nuestro Santo Patrón como martillo de moros y auxiliador de la realeza en una batalla, la de Clavijo, que parece que nunca existió en las crónicas contemporáneas. Bueno, no existió sino para la Iglesia que utilizaría tal triunfo legendario para hurgar en los bolsillos de los pecheros. No es otro el origen del Voto de Santiago. 
Pero para qué vamos a explicarle estas cosas a don Benito Villadangos Villadangos, quien interpreta un papel excelente como anfitrión; papel que tal vez se desluciría si le explicamos los interrogantes la intervención sanguinaria de Santiago en una batalla que según notables historiadores nunca existió.
Amablemente invitados, dejamos constancia del paso por la iglesia de Santiago, no sin antes ver alguna otra imagen de calidad, y un sorprendente relicario que aparece aprisionado entre rejas, en un altar lateral. Afuera, cae un sol de justicia... De no ser por el verdor que se abre ante nosotros, pensaríamos que estamos en plena estepa de Castilla.
Villadangos cuenta con 798 habitantes (2012) y está a una altitud de 897 metros sobre el nivel del mar, en un ámbito despejado que permite contemplar las llanuras del entorno y el verdeante valle del Órbigo, así como las cumbres de la Cordillera Cantábrica por el norte. La construcción tradicional era el barro, tapial o adobe, aunque la moderna ha recurrido de forma anárquica a nuevos materiales, que no han contribuido al embellecimiento del casco urbano.
Por Tomás Alvarez