Lápidas, en torno al templo de Triacastela, con su excelente torre. Imagen de José Holguera (www.grabadoyestampa.com) para Guiarte.com.
El apóstol Santiago, en el lugar preferente del altar mayor de la iglesia de Triacastela. Imagen de José Holguera (www.grabadoyestampa.com) para Guiarte.com.
Desde Triacastela, el valle verdeante del rio Oribio nos conduce hacia Samos. Imagen de José Holguera (www.grabadoyestampa.com) para Guiarte.com.
El paisaje va cambiando, porque en las tierras altas se avanza al nivel de los 1300 metros (1337 en el alto do Poio) y en poco trecho se desciende a los 670 de Triacastela. Cambia la climatología y cambia el entorno, que se hace más amable y boscoso a medida que se baja la cota.
El viajero, acostumbrado a los impresionantes montes leoneses, desde Astorga al Cebreiro, tiene en este techo otro espacio de gran interés paisajístico. Pueblos de sabor tradicional y vegetación natural, una fortuna que se pierde más adelante, cuando las nuevas construcciones despersonalizan los lugares y las plantaciones de eucaliptus dan un aire poco sugerente a los oteros.
Triacastela puede significar tres castillos, que nunca tuvo el lugar salvo en el escudo, o bien tres castros, que si tuvo. Lo cierto es que con sus 800 habitantes parece una pequeña ciudad en este ámbito rural de pequeñas diminutas poblaciones.
Este entorno amable, propicio para los cultivos y la caza, estuvo poblado desde la antigüedad más remota. Se atestigua esta afirmación por la cercana cueva de Eirós, a un kilómetro del lugar, rica en pinturas prehistóricas, restos humanos y útiles antiquísimos. Estuvo poblada ya hace 35.000 años y tiene un gran interés científico. No es visitable… y lo peor es que a su lado hay una explotación a cielo abierto que es un peligro latente para el yacimiento… Miedo dan los negocios cementeros.
La población tuvo un buen desarrollo en el medievo, en especial merced al apoyo de Alfonso IX, uno de los grandes monarcas leoneses. Del medievo es la iglesia de los santos Pedro y Pablo, en origen románica y con obra básicamente barroca.
El templo es de una sola nave y con el ábside semicircular, ajustándose el plano al primitivo edificio del Románico, cuando estaba vinculado a un monasterio local. Acostumbrados e los templos de la sierra del Rañadoiro, con sencillas espadañas o unas achaparradas torres que parecen menhires, el de Triacastela tiene aire catedralicio con su torre de cuatro niveles.
En el primero de los niveles aparece el pórtico de entrada, en tanto que en el siguiente, debajo de una hornacina, se marca una fecha, 1790, que corresponde a la época de la edificación. Debajo de la fecha se puede ver el escudo del lugar, con los tres castillos citados.
La iglesia está ahora bajo la advocación de Santiago, justa advocación a decir verdad, porque Santiago es el gran mecenas de la población. En efecto, a lo largo de las calles se hallan diversos alberges, hostales y negocios de restauración. Triacastela, que ya fue fin de etapa en el famoso Códice Calixtino, sigue siendo hoy uno de los grandes centros de atención al peregrino en esta parte de Galicia.
En torno a la población aparecen algunos campos de cultivo y praderías, pero el vigor económico se asienta en el flujo de viajeros que encuentran sobrados puntos para la reposición de fuerzas.
El apóstol Santiago, como mecenas del lugar, no sólo ha quitado la titularidad del templo a san Pedro y san Pablo, sino que ocupa lugares preminentes en el mismo. En la torre, en el segundo nivel, su estatua de granito blanco, ocupa la hornacina, en tanto que en el interior aparece en el lugar central del retablo del altar mayor.
En la antigüedad se dice que los peregrinos se llevaban de desde Triacastela una piedra caliza para entregarla en los hornos de cal que cerca de Arzúa elaboraban material para la construcción de la catedral compostelana. Ahora, lo que los peregrinos tienen que tomar es una decisión, porque hay dos itinerarios jacobeos a partir de aquí. Los dos son bellos.
El camino que va más al norte lo hace por San Xil, el alto de Riocabo (900 metros) y Furela. Es una vía más corta que la otra, muy rural, que avanza por estrechas sendas en medio de pastos y bosquecillos llenos de encanto y flora natural. Es este también el camino más habitual en la antigüedad.
La senda que va más al sur lo hace siguiendo la corriente del Oribio hacia Samos. Es un paisaje también amable y permite visitar el antiguo monasterio benedictino, uno de los más famosos centros religiosos gallegos. La elección depende del peregrino. Cualquiera de las dos vías es bella.
Por Tomás Alvarez