Espadaña de la iglesia de Quintanilla. Imagen de guiarte.com
Las cigueñuelas pasean entre la vacada, en las afueras de Quintanilla.
Es tradicional la riqueza de aguas de Quintanilla. De hecho, en el catastro del Marqués de la Ensenada, de 1753, se destacaba ya la existencia de fincas de regadío y abundantes pastizales de uno y dos cortes de hierba.
En aquella relación, se cultivaban en la zona el trigo centeno, cebada, lino, hierba y forraje, y se contaba con una amplia ganadería: caballar, vacuna, lanar y de cerda. Había entonces en el lugar 41 casas habitables, y residían 32 vecinos, incluido el párroco.
El lugar se conocía antaño como Quintanilla del Valle o Quintanilla de Antoñán.
El pueblo -de casas sencillas- tiene una buena iglesia, con la característica espadaña típica de la zona, en la que anidan numerosas cigueñas, aves muy comunes en el término, merced a la abundancia de aguas en todas las épocas del año.
La parte baja de la espadaña es toda de piedra, y el cuerpo superior de la misma de ladrillo, con sobria decoración neomudéjar. La caja de la escalera para acceder al campanario se remata con un airoso tejadillo cónico.
En torno al lugar los campos van quedando yermos; los tradicionales postes de cultivar lúpulo van desapareciendo, y cada vez avanza el robledal con más vigor.