Pasado Hontanas, aparecen las ruinas del monasterio de San Antón. Foto guiarte Moreno Gallo.
Otra imagen de las cercanías de san Antón, entre Hontanas y Castrojeriz. Foto guiarte-Miguel Moreno
Hontanas es paisaje romántico, propio de las narraciones de Becquer. El pueblo recibió su nombre poético a causa de los manantiales surgidos en sus inmediaciones, cuyas aguas otorgan verdor a un paisaje que en las últimas leguas abundaba en secarrales.
La iglesia de Hontanas, presidida por una torre alta y fuerte, en medio del pequeño caserío, semeja un gigantesco Polifemo que cuida su rebaño en un recoveco casi oculto del valle abierto ante las aguas del arroyo Garbanzuelo.
Poco después de abandonado Hontanas, en un estrechamiento del valle, encontramos un viejo molino, silencioso y oscuro, vacío de ratas y maquilas, nido de gorriones y lechuzas. Apenas unos centenares de metros más adelante, en medio de una ladera desierta, se mantiene, enhiesta, una gruesa pared vertical. Es un lienzo sin ventana alguna, que desafía al tiempo y a la gravedad con increíble osadía, restos geométricos de la espadaña de un templo, semejantes a un extraño monumento moderno.
A medida que el trecho avanza en descenso, el valle se hace más amplio. En torno a él, un terreno desierto. Antaño, cuando los despoblados bullían llenos de vida, los campos estaban cultivados. En cambio, ahora crece la malahierba y se destruyen los cierros de los prados.
Como una plaga más, la grafiosis ha acabado con los negrillos. Algunos de los viejos troncos secos están cubiertos de follaje, aunque la punta de sus ramas aparece huesuda y seca. No estamos ante un milagro. No han reverdecido los viejos cadáveres. El fenómeno está causado por enredaderas, las yedras que ahora abrazan a los árboles para trepar hacia el cielo, como serpientes florales que atenazan y parasitan los lacoontes que pueblan el valle semidesierto.
Esta zona siempre ha tenido un ambiente especial. A fines del siglo XVII, Domenico Laffi narraba cómo las langostas se comían las viñas, los frutos, las hierbas... Esta era una zona azotada por plagas, donde hombres y bestias morían de hambre.
Laffi relata: Aquí encontramos a un pobre peregrino francés que, en el camino, todo cubierto de langostas, se moría. Dios nos envió en ayuda de aquella pobre alma, porque apenas le confesamos murió. Ya habían empezado a devorarle aquellas crueles bestezuelas, y pasamos gran fatiga mientras permanecimos allí para liberarnos de su rabiosa hambre. Una vez que murió, le cubrimos la cara y las manos de tierra y arena para que las langostas no se lo comieran y seguimos a Castel Soriz(Castrojeriz).
Pero antes de llegar a Castrojeriz, el viajero se encontrará con uno de los momentos mágicos más sorprendentes de todo el viaje.
En un recodo del camino aparecen, majestuosas, unas arcadas góticas bajo las que pasa la carretera. Se trata del ruinoso templo del Monasterio de San Antón.
Era uno de los edificios más acogedores de todo el Camino de Santiago. La ruta cruza el interior del edificio, bajo los elevados muros del grandioso pórtico. A la izquierda queda la hermosa portada gótica de la iglesia y al otro lado sendas alhacenas incrustadas en el muro, en las que los moradores de aquel recinto santo colocaban viandas para los peregrinos hambrientos que llegaban a horas intempestivas. También en el medioevo este camino se hacía de noche.
Las ingentes ruinas corresponden a un monaterio del siglo XII, de la orden de los Antonianos, extinguida en España el año 1.791, época de Carlos III, quien ordenó la supresión del convento y la partición de sus bienes.
el viajero aún contempla los grandiosos restos de la iglesia, que contaba con tres naves y transepto, con dos portadas, la mayor de las cuales, la abierta al Camino, presenta seis arquivoltas muy deterioradas, que aún revelan la extraordinaria riqueza escultórica original.
Se pueden apreciar perfectamente los airosos ventanales góticos y el original rosetón situado a los pies del templo, con tracerías que diseñan cruces Tau, signo característico de esta congregación médico-religiosa.
Extractado del libro El Camino de santiago para paganos y escépticos, de Tomás Alvarez. Editorial Endimion, Madrid.