Imagen mítica de pendones, con Castrotierra, al fondo, en una bellísima visión pictórica del pintor y poeta Alonso Guadalupe.
Imagen de la sólida ermita que preside el viejo castro perromano. Fotografía de guiarte.com. Copyright
El viajero que hace el trayecto de la Vía de la Plata, desde que sale de la Bañeza hasta ya cerca de Astorga puede contemplar hacia el oeste un altivo templo ubicado sobre un otero.
Si el viajero quiere huir del tráfago de la antigua Vía, ahora sepultada bajo la del ferrocarril, la carretera Nacional y la autopista 6, puede tomar un trayecto ameno desde Palacios de la Valduerna hacia el oeste, unos cuatro kilómetros, hasta el pueblo de Castrotierra, girando de nuevo hacia el norte para reencontrarse con la vieja Vía a la altura de Riego de la Vega.
El trayecto es muy tranquilo, pasa primero por la vega del Duerna y luego avanza en medio de un paradisiaco monte bajo, básicamente de encinas.
En Castrotierra se encontrará ante el castro de la Edad de Piedra, que corona una ermita solitaria, rodeada de una noble pared de piedra. Es uno de los puntos mágicos de León, tal vez entroncado con las civilizaciones precristianas y cultos a dioses y elementos vinculados a la naturaleza.
La Virgen de castrotierra es la Diosa leonesa de la Lluvia.
En el templo, sencillo pero poderoso, se halla una talla de románico tardío, reina del santuario mariano, que atrae a una amplia feligresía de toda la región.
La vinculación de esta advocación de Castrotierra hacia la lluvia se remonta a tiempos de la historia profunda; algunos citan los origenes en época de Santo Toribio, en los días de las invasiones bárbaras, en un mundo astur aún a medio cristianizar.
Ahora, cada siete años, o antes si la sequía es intensa, los "procuradores de la tierra", representantes de concejos del territorio, deciden el momento en el que la Virgen va de peregrina hacia Astorga, para recibir culto en la catedral.
El viaje es épico. Las gentes sencillas caminan, entre rezos y flamear de decenas de pendones, a lo largo de cerca de veinte kilómetros, por rutas que se entroncan en los días de Roma.
La grandeza de esta manifestación religiosa es inmensa, y la fe de los campesinos en que esta reina de la lluvia aplaque la sed de los campos tambien.
Si la ida es grandiosa, la vuelta, nueve días más tarde, no deja de serlo, y termina con fiestas y bailes de pensones en el viejo castro de la Edad del Hierro.
Es el mundo astur que está ahí cerca, bajo la epidermis de nuestra civilización... y que debe mantenerse.