Dominio técnico, color y una visión más amable de la vida son algunas de las características de la obra de Max Beckmann que expone el Guggenheim de Bilbao hasta el 17 de septiembre. La sobresaliente producción artística de Max Beckmann se ha destacado en numerosas exposiciones importantes durante las últimas décadas pero todavía queda por realizar una valoración de Beckmann en tanto que “pintor sobre papel”.
En esta exposición que se prolongará hasta el 17 de septiembre el Museo Guggenheim Bilbao presenta cerca de 70 acuarelas y pasteles, algunos de gran formato, y brinda la oportunidad de contemplar piezas que han estado diseminadas y a menudo escondidas que subrayan la importancia que estas obras tienen para el artista y revelan aspectos esenciales de su método de trabajo a través de una técnica que con frecuencia se describe como “efímera”.
En contraste con sus pinturas, en las que a menudo aparecen condensados los problemas de la historia y de la existencia humana, las acuarelas de Beckmann dejan traslucir el humor del artista, su lado más amable, y una espontaneidad cautivadora, revelando nuevos aspectos de este gran maestro del arte moderno que habían sido poco apreciados hasta ahora.
Los comisarios de la exposición Mayen Beckmann —nieta del artista— y Siegfried Gohr, autores también del catálogo razonado que acompaña a la muestra, explican que: “La elaboración del catálogo razonado de las obras sobre papel de Beckmann, que se ha prolongado más de diez años, ha demostrado que estas piezas no parafrasean ni complementan las pinturas del artista, sino que a menudo anuncian algo nuevo. En ellas el pintor se retira y nos hallamos ante un creador que trabaja con una cierta ligereza, admite el humor y sabe cómo sucumbir a la magia del momento. Por ello, la imagen de un artista que sufre por los problemas de la historia y de la existencia humana se enriquece con nuevas y sorprendentes facetas. Y, por último, pero no por ello menos importante, las obras sobre papel de Beckmann ilustran su formidable dominio técnico de un modo especialmente impresionante”.
Inspirándose en la historia contemporánea, la mitología y en su biografía personal, Max Beckmann (Leipzig, 1884–Nueva York, 1950) creó un conjunto de obras que se encuentra entre los logros creativos iconográficos más importantes del arte moderno. Sin embargo, hasta 1980 su obra no logró el reconocimiento que le ha hecho merecedor del renombre que tiene hoy en día. Retrospectivas recientes realizadas en Nueva York, Zúrich y París han suscitado un nuevo interés por la obra de Beckmann.
Max Beckmann realizó pinturas y dibujos, pero no acuarelas y pasteles, en todas las fases de su carrera. Desde sus inicios hasta 1914 casi toda su energía artística se concentró en la pintura. Plasmó la terrible experiencia vivida en la guerra en dibujos y grabados. Él fue voluntario en el servicio médico en 1915 y estuvo de permiso tras sufrir un colapso nervioso antes de que lo dieran definitivamente de baja del ejército.
Atormentado por sus recuerdos, Beckmann llevó a cabo una radical transformación estilística hacia un arte expresivo en el que la deformación y la incertidumbre se hicieron manifiestas en la técnica del artista y en sus medios de representación, por ejemplo en la descomposición del espacio pictórico y de la perspectiva central, en la fragmentación y en el choque violento de líneas expresivas. Para poder asimilar los incidentes presenciados durante el infierno de la guerra, Beckmann recurre frecuentemente a temas del cristianismo como en la serie compuesta por cinco guaches de 1918 que tienen que ver con la historia del Hijo Pródigo.
A esos inquietantes años y a su expresión en obras llenas de violencia, caos y desesperación, le siguió una etapa fundamental de cambio que se fraguó a partir de la década de 1920. Beckmann, que se había establecido en Frankfurt en 1917, empezaba entonces a encontrar su lugar en el mundo burgués. Desde 1925 y hasta que fue depuesto por los nazis en 1933, ocupó una cátedra en la Städelschule y tuvo un papel destacado en la vida cultural de la República de Weimar. Esa consolidación personal se manifestó tanto en la elección de temas como en el modo de representarlos. Reemplazó las sombrías acusaciones rodeadas de polémica por retratos, naturalezas muertas, bañistas, desnudos femeninos y otros motivos: “la vida que esta ahí” (Beckmann). Sin embargo, en lugar de la cruda violencia, Beckmann empezó a sondear el doble rasero de los “salones”, las mascaradas y los juegos de rol, así como el aislamiento del hombre como un problema acuciante de la sociedad.
Sin embargo, hasta mediados de la década de 1920 las obras sobre papel a color fueron una excepción a la regla y por ello no pueden ser consideradas como un grupo de obras con peso específico aparte de las pinturas, dibujos y grabados. El número de este tipo de obras se acrecentó sólo a partir de finales de la década de 1920 y su configuración se parecía a la de las pinturas de gran formato. En pasteles como Encuentro en la noche (Begegnung in der Nacht), de 1928, Beckmann abordó un nuevo enfoque contentándose con unas pocas figuras y dejando que los cuerpos plásticos con contornos concisos dominaran el plano pictórico, un planteamiento que sería de suma importancia especialmente para sus trípticos. La despedida (Abfahrt), el primer tríptico de Beckmann de 1932/33, marca un punto de inflexión en la obra del artista por su inmersión en el mundo del mito. Beckmann pasó de ser un observador que mantenía una distancia crítica con respecto a una sociedad que se venía abajo, a convertirse en un artista que intentaba evadirse mediante un disfraz mitológico pero que al mismo tiempo recurría a la mitología para poder considerar el mundo desde una perspectiva histórica y temática más amplia. Las acuarelas que se asemejan a pinturas como Ulises (Ulises y la sirena) [Odysseus (Odysseus und Sirene)], El rapto de Europa (Raub der Europa) y Hermanos (Geschwister) constituyen una de las primeras culminaciones del arte de la acuarela de Beckmann. Las acuarelas de 1933 reflejan una nueva aproximación al color, que Beckmann empieza a utilizar como un elemento con poderes inherentes que el pintor ya no reprime como en obras anteriores sino que aprovecha.
En la década de 1930 y 1940 las acuarelas a veces le daban la posibilidad de relajarse de la tensión que le provocaba pensar en los complicados trípticos que estaba elaborando mediante la elección de temas como los paisajes bávaros, las escenas de playa del Mar del Norte, naturalezas muertas o retratos. Además, la técnica comparativamente espontánea de la acuarela avivaba el gusto por lo iconográfico y la experimentación, lo que trajo consigo soluciones pictóricas inusuales incluso para Beckmann. A los dibujos a pluma y tinta inspirados en el Fausto II de Goethe les siguieron obras que exhibían complicadas combinaciones de pluma y tinta, acuarela, guache, carboncillo, etc. realizadas en su exilio de Ámsterdam después de 1945, y sobre todo en su exilio americano después de 1947.
Desvelando un excitante contraste con sus pinturas, su obra gráfica y sus estudios compositivos dibujados, la obra de Beckmann sobre papel a color muestra a un artista experimentando, relajado u observando atentamente su entorno. Sin embargo, lo que más atrae de este tipo de obras es el hecho de que asistimos a un soliloquio que nos fascina tanto por su inmediatez como por su carácter íntimo y que sigue siendo apasionante incluso por sus secretos.
Mujer yacente (Liegende), 1932. Acuarela sobre lápiz. Colección particular
Retrato de Quappi en el café de la playa. ca. 193435. Acuarela sobre papel. Colección Lackner, EE UU