Por los campos de la malahierba
La presencia del hórreo en las aldeas de la Península Ibérica resulta evocadora.
La rotundidad de las formas y la solidez de su estructura llaman inmediatamente la atención del viajero, que siente ante esta imagen el pálpito de la historia y la tradición.
A veces, al contemplar esos sólidos edificios de piedra, como casas eternas y diminutas, ubicadas al lado de edificaciones semiabandonadas, uno piensa que en esos hórreos reverdecidos por el orvallo y los temporales habitan los espíritus de aquellos que antaño trabajaron, cantaron y amaron por esos campos ahora dominados por la malahierba.
El etnólogo y antropólogo polaco Eugeniusz Frankowsky, estudioso también de la Península Ibérica, señaló que los graneros aéreos ocupan espacios de todo el hemisferio norte, incluyendo los territorios escandinavos, Polonia, los Balcanes, Irán y Japón. Vinculó incluso sus orígenes a los palafitos neolíticos. No es una hipótesis extraña. Los palafitos eran (y son) casas elevadas sobre columnas, ubicadas en medios húmedos. Esta modalidad de construcción permitía a los pobladores aislarse de enemigos y predadores.
Hórreo y palafito conservan idéntica forma y funcionalidad.
La forma de los hórreos se repite. Sobre unos postes, de piedra o madera, se ubica una estructura cuadrada o rectangular cubierta de un tejado a dos o más aguas. Es como una casa minimalista elevada sobre la superficie.
Gran hórreo o panera, en Caboalles de Abajo, en el noroeste de León. Imagen Dip. Provincial de León.