Tierra de promisión y frontera
Desde un mirador ubicado sobre en un pequeño cerro, Punta Arenas se ofrece al viajero como un mar de humildes de tejados de colores vivos que resaltan en la atmósfera luminosa de esta tierra del sur de América.
Vista desde la colina, la ciudad semeja un lugar vulgar, desparramado sobre una enorme superficie cercana a este mar interior que es el estrecho de Magallanes. Pero Punta Arenas es mucho más.
El caserío se recorta sobre las aguas azules y los dientes de sierra de unos atractivos montes que se dibujan hacia el sur, la cordillera Darwin. Apenas dos o tres edificios de ocho o diez alturas rompen la monotonía de lo humilde, emergiendo sobre una geografía urbana en la que se denota un espíritu de far west y de frontera.
Porque Punta Arenas siempre fue tierra de frontera y promisión, con un crecimiento espectacular en los inicios del siglo XX, cuando se desarrolló una ciudad de aire europeo sobre un plano de damero, al lado de uno de los puertos de mayor actividad del mundo.
Los navíos que pretendían pasar desde el Atlántico hacia el Pacífico utilizaban el estrecho de Magallanes y recalaban en el puerto de Punta Arenas… Hasta que en 1914 se abrió el canal de Panamá. Entonces, esta ciudad retornó al silencio y la vida cosmopolita cedió ante la rutina ganadera, pesquera, administrativa o militar.
Punta Arenas tiene un aire de frontera, de Far West. Automóviles y casas de la ciudad. Imagen de Beatriz Alvarez Sánchez. Guiarte.com