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Fukushima: cinco años

Madrid, 10 de marzo de 2016
Con motivo de estos aniversarios, el tema retorna a la actualidad. En España, Greenpeace ha presentado el informe "Heridas Nucleares: El legado eterno de Chernóbil y Fukushima", un estudio que analiza los impactos sociales y en la salud tras estps accidentes nucleares, y que expone la crisis generada –y no resuelta- por los residuos radiactivos.

La fecha más negra de la central nuclear de Fukushima I tuvo lugar el 11 de marzo de 2011, cuando un terremoto, seguido de un tsunami ocasionó una inmensa catástrofe en el Japón oriental. Al movimiento sísmico y el anegamiento siguieron explosiones, fallos de los sistemas de refrigeración, problemas en el funcionamiento del sistema, la liberación de radiación hacia el exterior, así como muertes y desplazamientos masivos de seres humanos.

La central nuclear entró en funcionamiento en 1971. Sus seis reactores nucleares la colocaban centre los mayores complejos del mundo en su género. Fue construida y gestionada por la compañía japonesa TEPCO. Entre sus fallos, la construcción del conjunto con tan sólo un muro de contención de 6 metros, en una tierra de terremotos y tsunamis.

Veinticinco años antes que el siniestro de Fukushima se produjo el de Chernóbil (26 de abril de 1986), en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, cercana a la ciudad de Prypiat, actual Ucrania. Aquel accidente afectó a cientos de miles de personas y en torno a la central quedó una zona desalojada de 30 kilometros de radio. Otro de los grandes desastres medioambientales de la historia de la humanidad.

Greenpeace advierte que la mayoría de las personas evacuadas tras el accidente de Fukushima se verán forzadas a volver a sus casas en 2017 aunque sus comunidades estén contaminadas. En la actualidad, cerca de 100.000 personas siguen fuera de sus casas.

Los objetivos de descontaminación del Gobierno japonés no se están cumpliendo, a pesar de ser menos exigentes que las recomendaciones internacionales. La situación parece lejos de mejorar. Actualmente, se han almacenado más de nueve millones de metros cúbicos de residuos radiactivos, distribuidos en más de 114.000 emplazamientos, y esta cifra no parece tener fin. Sin embargo, expertos de Greenpeace han constatado cómo las labores de descontaminación son insuficientes (solo se limpian los márgenes de los caminos y 20 metros alrededor de las casas) y además la contaminación vuelve rápidamente a extenderse en las zonas ya tratadas, lo que constata que la radiactividad no puede eliminarse; solo puede trasladarse de un lugar a otro.

El mito de la “seguridad nuclear”, por los suelos
Greenpeace lamenta que cinco años después del accidente de Fukushima (y a un mes de que se cumplan 30 años del de Chernóbil), la industria nuclear, con el apoyo de algunos gobiernos, quiera perpetuar el mito de que la vida de las personas afectadas puede volver a la normalidad después de un accidente nuclear. La realidad es otra.

Los efectos sobre la salud son múltiples en las zonas contaminadas por radioactividad, especialmente a medio y largo plazo, aunque en Fukushima ya se ha observado un aumento en la incidencia de cáncer de tiroides entre los niños y niñas, y casi un tercio de las madres que viven cerca de los reactores dañados muestran síntomas de depresión.

Los estudios en los últimos 30 años en la zona de Chernóbil demuestran que las tasas de mortalidad son más altas a las del resto del país, las de natalidad más bajas y que han aumentado la incidencia del cáncer y de los problemas de salud mental.

Contaminación en el agua
Por otra parte, Greenpeace ha iniciado una investigación independiente para averiguar cómo afecta la radioactividad a los ecosistemas marinos, ya que se han producido numerosos vertidos de agua contaminada al océano, un problema que parece lejos de controlarse y que puede agravarse debido a la llegada de nueva radiactividad al mar a través de los ríos.

En la actualidad, se almacenan cerca de 800.000 metros cúbicos de agua en más de 1.000 tanques próximos a la central. Cada día se necesitan más de 300 metros cúbicos de agua para refrigerar los reactores dañados, a los que se suman aproximadamente otros 1.000 metros cúbicos procedentes de las aguas subterráneas que se contaminan al discurrir por el subsuelo del emplazamiento.

Por este motivo, Greenpeace demanda a la compañía responsable de esta contaminación, la eléctrica TEPCO, que limite al mínimo los vertidos al océano, que sea transparente y que la población sea compensada debidamente por las consecuencias de la contaminación.

A pesar de que durante años la industria ha tratado de olvidarlo, es obvio que los accidentes nucleares ocurren. Las instituciones internacionales deben recordarlo, y obrar en consecuencia.

Crucifijo en Pripyat, ciudad cercana a Chernóbil, erigido en homenaje a los que fallecieron y los que fueron obligados a abandonar tras el desastre. Imagen de Greenpeace

Crucifijo en Pripyat, ciudad cercana a Chernóbil, erigido en homenaje a los que fallecieron y los que fueron obligados a abandonar tras el desastre. Imagen de Greenpeace

Niños avanzan por un camino en el que Greenpeace detectó alta contaminación radiactiva, en el entono de Fukushima. Imagen de Greenpeace

Niños avanzan por un camino en el que Greenpeace detectó alta contaminación radiactiva, en el entono de Fukushima. Imagen de Greenpeace

Calles contaminadas en la ciudad de Namie, cerca de la central de Fukushima. Antes con 20.000 habitantes, ahora desierta. Imagen del Informe Heridas Nucleares, de Greenpeace.

Calles contaminadas en la ciudad de Namie, cerca de la central de Fukushima. Antes con 20.000 habitantes, ahora desierta. Imagen del Informe Heridas Nucleares, de Greenpeace.

La imagen de satélite muestra daños en Fukushima I, la planta de energía nuclear dañada tras el terremoto del 11 de marzo de 2011. Imagen de Greenpeace

La imagen de satélite muestra daños en Fukushima I, la planta de energía nuclear dañada tras el terremoto del 11 de marzo de 2011. Imagen de Greenpeace

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