La catedral de Chartres
Cuando el viajero se acerca por la explanada hacia la grandiosa fachada sur, se halla ante un conjunto extraño en el que se mezclan vigorosamente formas góticas y románicas.
Es el resultado de una permanente lucha del hombre por mantener un grandioso conjunto dedicado especialmente a la Virgen María.
El edificio románico, construido a partir de 1134 ya tenía una notable belleza. Pero tuvo problemas la cimentación. Originariamente estaban las torres más avanzadas que la triple portada, pero los problema aludidos obligaron a desmontar ésta, piedra a piedra, y reedificarla unos metros más adelante, a la altura de las torres. Por ello toda esa fachada tiene cierta imagen plana.
Poco después de terminada la obra, el edificio ardió. Era el año 1194, y el obispo inmediatamente removió las fuerzas de aquella vigorosa cristiandad para reedificar el templo en treinta años.
De esta manera, se pueden distinguir partes de distintas épocas. En la cripta aún hay un muro galoromano; la generalidad de la cripta es románica, y en la fachada sur hay gran parte románica y el resto gótico.
En la fachada se distingue perfectamente esta transición. La Portada Real, con sus magníficas esculturas, es románica, igual que la torre más sureña, de 103 metros de altura; el rosetón es ya del siglo XIII y en la torre de la izquierda hay obra de distinta época, aunque el remate final –de gótico florido- corresponde al siglo XVI. Esta torre alcanza 112 metros.
El maestro que organizó la Portada Real había trabajado en Saint-Denís para el poderosos abad Suger. La estatuaria del maestro está en la puerta central.
Sobresalen sus magníficas estatuas de reyes y reinas y el vigoroso Cristo.
El interior es bellísimo, especialmente cuando el día es luminoso. Al avanzar por la nave central el viajero queda sumido en un inmenso goce de belleza, y a medida que se acerca al crucero siente como van evolucionando las medidas del templo y los juegos de perspectivas.
Esa imagen de ascensión en el goce estético y espiritual viene realzada por el propio desnivel del suelo, creciente en altitud hasta la cabecera.
En el siglo IX, Carlos el Calvo regaló a Chartres una reliquia especial: la túnica que llevaba la Virgen María el día de la Anunciación. En 1194, cuando los pasmados hombres de la ciudad removían los escombros después del incendio, hallaron la túnica intacta, en la cripta. Aquel hallazgo les dio vigor para emprender una nueva construcción. Si hasta entonces, las iglesias se dedicaban a los santos, Chartres dedicó totalmente su gran templo a la Virgen. 175 representaciones de la Virgen se hallan en el lugar.
El interior, de tres naves, con magnifico y amplísimo crucero, tiene unas notabilísimas vidrieras, gran parte de ellas de los siglos XII y XIII. Destaca la gama de los azules.
Entre las vidrieras destaca la de Notre-Dame-de-la-belle-Verrière, ubicada junto a la portada Sur, en el primer conjunto en dirección hacia la girola.
Tiene el templo 130 metros de largo, la nave principal tiene 16,4 metros de ancha y su altura es de 37,5 metros. El conjunto presentó importantes innovaciones en el gótico, especialmente en materia de bóvedas y arbotantes. En Chartres nació el gótico lanceolado.